Cuba: Defectos y virtudes nacionales

En mi largo caminar por el mundo encuentro que, acaso, una de las sociedades de más desorientadora interpretación es la cubana. Lo que no quiere decir que sea arcana ni difícil / Eduardo Ortega y Gasset (derecha) con Miguel de Unamuno (1864-1936) en Hendaya, Francia, 1925.

Por: Eduardo Ortega y Gasset

A mi eminente amigo el Dr. Herminio Portell Vilá

En mi largo caminar por el mundo encuentro que, acaso, una de las sociedades de más desorientadora interpretación es la cubana. Lo que no quiere decir que sea arcana ni difícil. Después de una década de entrañable convivencia que me ha fundido con ella (porque, además, y desde lejos a ella pertenecía) mis pupilas, que han contemplado tantos espectáculos humanos, intenten la comprensión de su contradictoria superficie.

España es también un país de viceversas, de aparentes antítesis desconcertantes a las que se suma la múltiple variedad de sus naciones interpeninsulares. Hasta el punto de que muchas veces he pensado con desaliento que no sea posible nos comprenda un extranjero no familiarizado con nuestro secreto acento. Aquella fue mi escuela de comprensión y en su fondo popular, no en sus mentecatos gobiernos, hallamos muchas de las llaves que pueden abrir nuestros recónditos misterios. Colocándose en aquel ángulo, los cubanos pueden en no pocos

aspectos verse y comprenderse a sí mismos. El origen, la génesis, son los mejores auxiliares para analizar una perfección o un defecto y aún para no confundir a unos con otros. Porque se sorprende en pleno trabajo a los agentes y causas compilándose para producirles.

Por otra parte ayuda mucho a combatir un vicio el saber que obedece a un microbio ajeno, trasmitido y no congènito. Aunque, en puridad científica, quizás no haya diferencia entre una y otra cosa, si la adquiere en el fondo de nuestro espíritu para mejor incitar las reacciones defensivas. Nada hay tan desalentador ni desmoralizador como esa convicción generalizada de que los defectos y vicios instaurados por una política pasajera y descarriada, están impresos en nuestra conciencia como diabólico estigma de moral invertida. «Los cubanos somos así», dicen los que se echan al surco y tratan de nacionalizar su individual pillastrería. No ostentaría yo con orgullo mi título de cubano nativo si tal creyese. Porque tal afirmación es radicalmente falsa. Lo mismo ha podido decir el hombre desde Adán con lo que no habrían existido más que caínes. El hombre se ha hecho a sí mismo desde que, con un atisbo de conciencia crepuscular, empezó a caminar apoyándose en la rama de un árbol que le ayudó a dirigir la mirada hacia arriba.

Todos los seres humanos tienen que combatir los fieros impulsos de su naturaleza primitiva e inadecuada. Por la convicción, por la educación que ilumina la mente bárbara, van destacándose las imágenes como los ácidos la hacen surgir de la emulsión fotogénica. Es cuestión de que todos tengamos la recia voluntad de no proceder selváticamente ni incurrir en la inexactitud científica e histórica, de creer que eso es proceder revolucionariamente. Actuemos como asociados dentro del círculo de una civilidad, como individuos que hemos hecho un contrato para convivir, dentro de ciertas normas, con los demás.

Los antiguos respetaban como santas y dictadas por los dioses las leyes, porque viviendo aún en su conciencia histórica las huellas del horror de las luchas de las phatrias y las tribus, sin «themis» ni «diké», podían sentir mejor que nosotros su inmenso beneficio.

—¿Quién es el fundador y el conservador de la ciudad?— le preguntaron a Anaxágoras. Y contestó:

—El juez justo que aplica exactamente, sin pasiones ni miedo, la ley.

—¿Quién es el que la destruye?

—El ciudadano injusto, y aún más que ninguno, el que pretende hacer la justicia fuera de la ley.

La sociedad cubana es joven y es nueva (porque también hay jóvenes arcaicos) y busca, entre sobresaltos, su orientación y su encaje. Son aplicables sus vacilaciones. Pero dañoso el que se prolonguen. Cuanto antes fije el sentido y el rumbo, tanto más ahorrará los peligros del oscuro caminar y de los tanteos mal guiados. Un poco de historia podría mostrarnos que, nuestro caso, que creemos tan singular, se identifica con numerosos procesos formativos en la evolución de las sociedades humanas. Ahora bien, vivimos en tiempos en los que la ajena y milenaria experiencia pueden, en escaso tiempo, darnos la plenitud de formas avanzadas de vida que en el lento caminar de los siglos han obtenido las agrupaciones primitivas Y además hay que evitar los falsos caminos, las desviaciones. Es preciso fundar la nacionalidad sobre la base moral de Martí, tan genuinamente cubana, como lo son las virtudes heroicas y ejemplares para nosotros y para el mundo, de los próceres de la Independencia.  Cuba ha engendrado arquetipos de bondad, de rectitud, de hidalguía, de honestidad, de disciplina, de equilibrio, de cordialidad y de comprensión.

Estas sí que son virtudes nacionales y algunas tan acusadas (por la indiscriminación fraternal) como en parte alguna se han logrado. ¿Por qué no vamos a considerar innatas y nacionales estas virtudes y en cambio dejar que se degrade «la cubanidad» como al otro lado del mar han enlodado «la hispanidad»?

El problema que confrontamos no es solo nuestro. Lo agrava posiblemente entre nosotros la ausencia de un Estado efectivo y de instituciones que sean algo más que un rótulo. Se ha hecho una Constitución, pero aún no hemos comenzado a utilizarla. Y el problema es universal de nuestro tiempo y no nuestro, porque desde hace varias décadas el fenómeno se va insinuando y desarrollándose. Por causas complejas, sociales o demagógicas que han identificado la cultura con la burguesía se ha ido dejando al talento, a la competencia y a la virtud abandonados en un área marginal y desde entonces viven impotentes y ausentes. Se ha implantado la selección a la inversa. Mas eso, no aquí solo, sino en Francia, en Italia y en España (sobre todo en la desgraciada Península), en suma en casi todas partes. De la política se ha hecho un oficio infame y hediondo del que huyen las gentes con las manos en la nariz.

Los jóvenes exaltados, de austera fe, capaces de todos los sacrificios, mas de ideas equivocadas, fervorosas, pero confusas, deben extraer de su fondo mental la verdadera silueta del futuro. Procuren comprender al prójimo y verán que entonces ya no le odian ni le quieren aniquilar. El entusiasmo y la fe de la juventud debe seguir este camino: primero informarse, luego reformarse y reformar y después conformarse y conformar el ámbito nacional con las nuevas reglas.

Deseo colaborar con la buena fe con la que lo he hecho siempre, sencillamente lejos del orgullo de dar consejos ni lecciones, que para mí también necesito.

Dejemos a un lado las palabras calenturientas de los mítines en los que se habla antes de pensar y abramos un espacio de preocupada reflexión. No diré que sea falso cuanto se dice a gritos (aunque así lo creía Leonardo de Vinci), pero sí que suena a falso. La verdad murmura simplemente en la soledad como un manantial o surge como una flor en el silencio creador de los campos. En nuestra ciudad hacemos demasiado ruido y acaso eso nos impide ese instante de meditación que encauzaría la vida cubana.

Verano de la Universidad de La Habana. En 1954 se trasladó a Venezuela. Entre sus obras se encuentran Annual (1922) y Monodiálogos de don Miguel de Unamuno (1958). Hermano mayor del famoso pensador José Ortega y Gasset. El presente texto lo hemos tomado de El Mundo Año XLVII Nro. 15016. La Habana, 25 septiembre 1948, p. 8.

Eduardo Ortega y Gasset en La Habana, 1946.

EDUARDO ORTEGA Y GASSET (Madrid, 1882 – Caracas, 1965). Ensayista, abogado, periodista y dirigente político. Tras graduarse de Doctor en Derecho en la Universidad de Madrid tomó parte en la vida política española y en el periodismo. Por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera se vio obligado a refugiarse en Francia. Tras la proclamación de la República resultó electo diputado a las Cortes Constituyentes en 1931. Llegó a ser nombrado Gobernador Civil de Madrid y decano del Ilustre Colegio de Abogados. Después de estallar la Guerra Civil ocupó el cargo de Fiscal General de la República. En 1940 llegó a  Cuba como exiliado y poco después ingresó como periodista en el diario El Mundo, donde publicó centenares de artículos. También colaboró en varias revistas habaneras, impartió conferencias en diversas instituciones y ofreció un curso en la Escuela de Eduardo Ortega y Gasset en La Habana, 1946.

Fte: Espacio Laical

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